miércoles, 3 de noviembre de 2021

Censuras, que las hay, las hay

En mayo pasado, desde el portal de un grupo español, dedicado “a la sostenibilidad y la transformación social centrada en información de calidad, el diálogo y la reflexión”, me solicitaron una entrevista sobre la situación en Colombia y mi actividad literaria.  

Busqué en la web y leí que se presenta como un medio con “una personalidad inequívocamente disruptiva y una voluntad clara de propiciar ese cambio necesario que nos implica a todos. Por ello entre sus intereses figuran tanto aspectos de justicia social como la lucha contra la desigualdad, la defensa de los derechos humanos o el apoyo a la diversidad…”. 

Así que contesté las nueve preguntas y esperé a que me enviaran el enlace de la publicación.  Unos doce días después el periodista que me había contactado me escribió para decirme que la entrevista estaba lista, pero que su jefa quería consultarla con la dirección.  Pasaron otros días y llegó un nuevo correo:  

Henry Pryzbyl Vivas, me contaba que, pese a su insistencia, su jefa no le daba respuesta. Ese día él iniciaba sus vacaciones, las últimas antes de jubilarse, y me decía que estaría atento a la publicación, aunque creía que no la harían. Me adjuntaba el texto redactado y cerraba diciéndome que se alegraba de librarse de “estas situaciones”.

Las situaciones de las que habla Pryzbyl no son únicas ni inéditas.  En septiembre, en la Feria del Libro de Madrid, el veto a los escritores que no son del agrado del gobierno colombiano cruzó el Atlántico y cobijó a los que residimos aquí.  No había espacio en la apretada programación, le dijeron a mi editor; pero Colombia terminó la Feria sin usar la totalidad de los espacios de los que disponía como país invitado.  

La incoherencia entre lo que un portal describe como su política editorial y sus realizaciones, dejó colgada para siempre la entrevista.  La “neutralidad” que reclamó el embajador de Colombia a los escritores resultó un insulto para quienes vinieron y una censura para los que vetaron.

Les dejo ahora la entrevista que no fue publicada.  Juzguen ustedes mismos que es lo terrible que se dice y puede sentar tan mal.

Entrevista a la escritora y periodista colombiana Marbel Sandoval

“Las mujeres somos, por antonomasia, las defensoras de la vida en todas sus vertientes”

Sus palabras son como la voz de la conciencia de un país, Colombia, asolado durante siglos por la violencia y un odio enquistado que se ha ido acumulando a lo largo del tiempo. Pese a su apariencia menuda y frágil, Marbel Sandoval demuestra en esta entrevista con ‘Soziable.es’ la fuerza que tiene la escritura para transmitir todo el dolor de una sociedad que ansía mayoritariamente la paz, en especial las madres y mujeres que dibuja con precisos trazos de realidad en sus novelas.

Emigrada desde hace doce años a Madrid, aunque realiza frecuentes viajes a su país de origen, la escritora y periodista colombiana no ha abandonado un momento su inquietud por la realidad de la convulsa tierra en que nació y no se arredra a la hora de denunciar los manejos de una clase política que ha dirigido los destinos de la ciudadanía anteponiendo sin pudor sus propios intereses. Pese a todo, aún conserva esperanzas de que prospere el proceso de paz.

-A su juicio, ¿qué subyace tras la ola de violencia recientemente vivida en Colombia? 

-Siglos de abandono.  Colombia es un país que discrimina por clase, raza y género.  Estamos hablando entonces de todo tipo de abandonos.  Abandonados aquellos que pertenecen a las clases de a pie, que son hoy, en pleno siglo XXI, si le ponemos datos recientes del Departamento Nacional de Estadística, 42 de cada cien, pero que yo elevo a muchos más, al menos a 70 de cada cien; personas que tienen que lucharse la vida a diario, en todas las formas del rebusque, palabra muy colombiana, para subsistir.  Abandono de los negros, los indígenas y los campesinos, en un país cuyo futuro debería estar en el desarrollo de la agricultura. Abandono de las mujeres, sostenedoras de la vida y, al tiempo, víctimas y botín en todas las violencias, porque las hay de muchas clases. Abandono que siembra condiciones de pobreza, desigualdad, inequidad e injusticia insoportables.  Todo esto en un país inmensamente rico.  Un abandono en el que yo encuentro que hay responsables: las clases dirigentes, comprometidas, casi siempre, con sus propios intereses.  Gobiernos que están de espalda al verdadero país.  Tecnócratas muy preparados que defienden y aplican las fórmulas que les dicta el capital internacional, olvidando qué es realmente Colombia. Profesionales de alto desempeño que pronto olvidan cuál es su país …el tema es largo. 

-Usted defendía que el odio estaba muy presente en la sociedad colombiana. ¿Ha cambiado algo de unos años a esta parte?

-No es una defensa del odio.  Es una afirmación: en Colombia hay odio.  Un odio que ha alimentado, in crescendo, la derecha del país, muy bien escenificada por Alvaro Uribe Vélez, expresidente colombiano, que utilizó ocho años de gobierno para acentuarlo y que sigue sembrándolo después de dejar el poder.  Una derecha que se opuso a los acuerdos de paz con la guerrilla más antigua del mundo; que logró, a base de mentiras, que el plebiscito por la paz, que refrendaba los acuerdos, perdiera por un estrecho margen; y que en los casi tres años del actual gobierno ha hecho lo posible y lo imposible por hundirlos. 

Un odio que no es nuevo y que apela a aquello que se ha ido sembrando en lo más profundo de los colombianos, que no hemos conocido, ni en esta ni en las anteriores generaciones, un país en el que haya podido vivirse en paz. De guerra en guerra desde la independencia de España, en 1819, hasta la Guerra de los Mil días, que terminó al empezar el siglo XX, y que permitió unas décadas de relativa calma hasta 1948 cuando el asesinato de un líder liberal provocó un estallido, similar al de ahora, y que conocemos como La Violencia.  Esta Violencia es el referente más cercano de todo lo que ha venido después y, por supuesto, de la violencia ha nacido más violencia, cada vez más descompuesta en sus formas.  No en vano es en Colombia donde encontramos expertos en violencia, a quienes conocemos como los violentólogos, o libros como ‘Perdonar lo imperdonable’ (Claudia Palacios) o ‘Antropología de la Inhumanidad’ (María Victoria Uribe), para citar solo ejemplos, porque hay cientos.  ¡Imagínese usted lo qué se ha vivido para llegar a esto! 

-Concretamente, ¿cuál es el papel jugado por las mujeres en esta época convulsa? 

-Si se refiere a las movilizaciones de noviembre de 2019 y a las jornadas de protesta actuales, que se iniciaron el 28 de abril pasado, aunque no estoy en Colombia, sé que las mujeres hemos participado en las movilizaciones, pero no sabría en qué proporción.  Pero sé algo más importante.  Lo dije arriba.  Está en mis novelas.  Estoy convencida de que las mujeres hemos tenido la fortaleza necesaria para rehacernos en medio de todas las barbaries.  Son mujeres las madres de Soacha que buscan a sus hijos; son mujeres las que en Cali, que vive una situación de asedio difícil, para no decir dramática, circulan mensajes como “cuando tu acción no es violenta, te vuelves imparable”. Somos las mujeres, por antonomasia, las defensoras de la vida en todas sus vertientes.  Lo cual no impide que reconozca que también hay mujeres del lado de la muerte. 

-¿Qué balance hace del proceso de paz en el país? 

-Es un proceso que avanza, aunque muy torpedeado.  El trabajo que se hace desde la Justicia Especial para la Paz, la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, y la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, tres mecanismos acordados en el marco de los acuerdos de paz, tendría que confluir en el alivio de las tensiones que se han vivido en Colombia.  Sus frutos tendrían que ser como las aguas de un río que fluyen, limpian y riegan la tierra, es decir la vida, para que florezca.  Pero se necesita tiempo y que las dejen trabajar. 

-¿Podrá por fin Colombia recuperarse de tantos años de enfrentamiento armado? ¿Es posible el olvido y la reconciliación plena? 

-Podrá, pero no sé cuándo.  He hablado de la situación de abandono, de la política, pero Colombia es un país muy complejo.  A lo mencionado hay que añadir grupos insurgentes todavía fuera de acuerdos de paz, la corrupción, que campa, (esta es una situación que se vive en el mundo entero, siempre pienso que la humanidad es, en este momento, como un cuerpo dañado en su interior, pero que el daño es tal que ya hay pus en la piel); y, como si faltara algo, el narcotráfico, con todas sus secuelas, incluidas las de aumentar la descomposición en la que ya estamos inmersos.  Un tema que no tendrá solución hasta que los países consumidores acepten que el problema se solucionará el día en que legalicen el consumo.  Dejarían la hipocresía, la droga bajaría de precio, el consumidor la compraría en un mercado legal, como se compra hoy el alcohol, o la marihuana en algunos países, y los colombianos dejaríamos de pagar el precio no solo en vidas sino en medio ambiente: miles de hectáreas regadas con glifosato.  ¿Cuántos alimentos contaminados? ¿Cuántas tierras arruinadas?... 

-Cómo se vive la situación del país desde la distancia provocada por su emigración a España 

-La vivo tan de cerca como puedo.  Me duele lo que sucede en Colombia. Leo los periódicos y portales que traen información fiable.  Busco opiniones independientes. Hablo con mis amigos y familia. Sintonizo el corazón y el pensamiento con el país que me vio nacer.

-¿Cuál es el hilo conductor que le llevó a escribir la trilogía ‘Las brisas’, ‘En el brazo del río’ y ‘Joaquina Centeno’? 

-La memoria.  La propia, estas tres novelas se alimentan en hechos reales que conocí en mi ejercicio como periodista, y otra memoria, la de Colombia, que tiene que ser contada como ayuda para re-conocernos, para no olvidarnos; quizá así dejemos de repetirnos. Lo hago como un ejercicio para mantener mi propia esperanza porque, como dije al principio, Colombia vive una espiral continua en la que parece que no mirara su pasado, o no se mirara en el espejo. Y quien no se conoce, no avanza. Quien no se mira, terminará por no reconocerse.  

-Hace poco, decía usted que estaba en un viaje hacia sí misma ¿Qué descubrió?

-Que me sigo descubriendo.  Que siempre hay lugares oscuros que se pueden iluminar en la medida en que tenga el valor de mirarme a mí misma. Valor que espero no perder.  La vida pone muchas trampas. 

-¿En qué anda ocupada profesionalmente en estos momentos? 

-Acabo de revisar los originales de ‘En el brazo del río’, ‘Joaquina Centeno’ y ‘Las Brisas’ que serán publicadas en España en un solo volumen bajo el título ‘Conjuro contra el olvido’* por Punto de Vista Editores.  Y preparándome para sacar a la luz dos novelas más, ya escritas, y añejadas en el tiempo.


*Conjuro contra el olvido ya fue publicado. Se encuentra en librerías desde septiembre pasado.





lunes, 21 de septiembre de 2020

Silencio

Tengo la mente y el corazón quemados

                                                    (Marta Renza

                                                Poeta colombiana)




















lunes, 24 de agosto de 2020

El reinado de la muerte

Nos vemos en el platanal. Así me contaron hace casi treinta años que se despedían los migrantes colombianos en las plazas y bares de Roma al despedirse.  El platanal era el país.  Una finca con capataz. Así lo llamó un buen amigo mío, en una de las tantas conversaciones en las que Colombia es nuestro tema.  Sumo platanal y finca y pienso en feudo.  Un feudo con señores feudales y siervos. Vasallos que, fieles a su compromiso, marchaban y mataban, cuando así lo disponían sus señores, a otros siervos tan paupérrimos como ellos, contra quienes no tenían nada distinto a que sus señores estaban en disputa.

Nuestro platanal, Colombia, tiene organización de Estado moderno, Constitución política, división de poderes, instituciones públicas y privadas, una infraestructura medianamente desarrollada, casi toda la zona centro del país, y cincuenta millones de habitantes que, para todos los efectos, seguimos siendo siervos de los señores que, irónicamente, nosotros mismos hemos elegido, como una ganancia de la democracia. 

La clase política ha estado casada en la mayoría de los gobiernos solo con sus intereses.  Si algo ha avanzado Colombia es porque hubiera sido vergonzoso para ella quedarse atrás de las conquistas del mundo civilizado. Los gremios y clases empresariales, con cuanta más razón, solo bogan para sí mismos.  Las clases ilustradas o son tecnócratas y burócratas al servicio de los mismos señores o son voces que se alzan sin que lleguen a ser una coral que resuene con fuerza y produzca al menos vibraciones. Los siervos entre tanto sirven, de acuerdo a las condiciones modernas, pero sirven y mueren y también matan y se matan, al servicio de sus señores. Tanto así que matar, lo he escrito otras veces, se ha convertido en el verbo más conjugado en Colombia.

Los señores, con esto de las complejidades del mundo contemporáneo, ahora son muchos, de diversos orígenes, con intereses compartidos o disímiles, pero a todos les hace felices el odio que siembran, la sangre que se derrama sin contemplación, la muerte que reina.  Porque en Colombia estamos viviendo el reinado de la muerte.  A ella le sirven esos señores, de cuyas cadenas no nos hemos liberado y a cuyo servicio se conjuga el verbo matar, al mismo tiempo en que se siembra con él un miedo y una indolencia que nos hace ciegos, mudos, sordos frente a lo que esta pasando.

Anestesiados por tanta sangre no reaccionamos.  Las masacres ser quedan en los lugares donde ocurren. Los líderes sociales asesinados no parecen nuestros.  La toma del territorio por las bandas criminales es problema de otros. Si seguimos así, no va a cambiar nada en este platanal en el que el capataz elegido cubre con palabras babosas tanta muerte, mientras mira para otro lado.

martes, 12 de mayo de 2020

¡Oportunidad única!


Alguna vez leí o me lo contaron, no recuerdo, que hay tres acciones imposibles de recoger una vez acometidas:  La palabra que se dice, la piedra que se tira y la oportunidad que se deja pasar.  A todos nos ha ocurrido, y nos queda la desagradable sensación de no poder devolvernos en la acción.  Se hirió a alguien o se perdió el momento.

Desde marzo pasado casi la totalidad de la humanidad entró en un momento único, singularizado por la pandemia ocasionada por un virus. El covid 19 resultó ser un microorganismo que se extendió, y mientras lo hacía el ritmo del planeta se frenaba, los seres humanos nos guardábamos en nuestras cuevas y el silencio se posaba sobre el corazón de las urbes que late a toda hora.

Una sincronía perfecta e inédita: nunca antes habíamos padecido una amenaza común que obligara a los gobiernos a decretar una cuarentena que puso a los seres humanos a vivir en la misma simultaneidad.  Condenados al encierro surgió también una instantánea global, así llamaban antes a las fotografías que nos tomaban al descuido, que reveló, también como nunca, nuestras asimetrías.

Nunca como ahora ha sido posible ver las distancias que hay entre los mundos, no solo los individuales sino también los sociales, los políticos y los geopolíticos.  Nunca como ahora ha sido posible para las actuales generaciones apreciar la distancia que impone la geografía física y, sobre todo, la geografía humana, en especial esa que llamamos de la pobreza, y la tiranía de la economía imperante.

La infección, la cuarentena, la ingente cantidad de información, la exposición de los buscadores de protagonismo y la actividad desmedida de las redes sociales crearon en el muro que contiene a la civilización una fisura por la cual
salen y se revelan las inteligencias y sensibilidades de los que aportan, la desfachatez de los insensatos como las clases políticas y la ruindad de otros muchos, para desgracia del mundo.

Es decir que la sincronía del encierro y la revelación de la asimetría crearon una oportunidad única para que, mirándonos dentro, y luego fuera, decidamos si el mundo al que queremos volver es al mismo que dejamos; o al totalitario del que hablan otros; u otro, uno que queremos construir y en el que deseamos empeñarnos.

Nunca como ahora depende de cada uno de nosotros decidir si vamos a emprender acciones capaces de frenar el apetito capitalista y voraz de los que sueñan el planeta como su propiedad y la salvajada de las masas que pregonan el sálvese quien pueda.

Nunca como ahora es posible pensar que podemos ser millones los que regresemos a la nueva normalidad, como la llaman, convertidos en una masa crítica que impulse las transformaciones necesarias para vivir un planeta sostenible con mayor equidad, justicia y conciencia.

No perdamos el momento.










domingo, 26 de abril de 2020

Da miedo

Da miedo que cuando la curva de infectados con Covid 19 en Colombia sube, y busca llegar a la cresta, el presidente Iván Duque relaje la cuarentena y lance a la calle a cientos de personas de los sectores manufacturero y de la construcción que se infectarán e infectarán.

Parece que Duque no ha entendido de qué se trata esto.  Que no entiende que la propagación del virus de manera exponencial significa, exactamente, que se duplica cada vez más rápido cuando la población esta expuesta a su contagio. 

El Covid 19 estaba frenado relativamente en Colombia porque las medidas de confinamiento se tomaron a tiempo, ni más ni menos. No hay otra razón.  No hemos desarrollado ninguna autoinmunidad, como proclamaba Boris Johnson con los ingleses hasta que él mismo se contagio; no se ha descubierto una vacuna que se espera con ansia, pero que tardará todavía hasta un año calculan los expertos; y las medicinas que se usan hasta el momento son experimentales.  Lo que si sabe con certeza de la infección con Covid 19 es que, sin o con medicación, los organismos de algunos responden y otros no.  ¡Una lotería!

Una lotería que se convertirá en ruleta rusa en Colombia, este lunes 27 de abril, cuando salgan a las calles y suban a los buses y lleguen a sus trabajos miles de personas que deberán reintegrarse en virtud del relajamiento de la cuarentena y que solo en Bogotá serían casi medio millón.

El cálculo matemático dice, entonces, que el Covid 19 se disparará desde este lunes.  Para detenerlo no sirven los conceptos, aunque sean de peso, como el de la autogestión.  Lo observo a diario en el pequeño pueblo de España donde estoy recluida.  La gente obedece la medida de estar en sus casas, pero mucha, y es bastante, cuando sale a la calle tiene conductas de poco o ningún cuidado, a pesar del miedo, de los contagiados y de los muertos.  La única barrera que ha funcionado ha sido el confinamiento, ese que Duque está levantando antes de tiempo.

Me cuentan que habla todas las noches en la televisión porque, como me dijo un amigo, encontró su nicho.  Me alegro por él, que ya sabe que lo hace muy bien de presentador, pero, como presidente, con esta decisión está borrando con el codo lo que ha hecho con la mano, lo cual revela, una vez más, su carácter maleable.

Duque no sabe tomar decisiones por sí mismo.  Otros las toman por él.  Se subió, a tiempo, en el carro jalonado por la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, ese que le ha dado tan buenos resultados en las encuestas, y aguantó hasta que, los que de verdad tienen el poder, le dieron la orden: hay que devolver a la gente a trabajar, que se infecten y mueran los que tengan que morir, pero la economía no puede parar porque si no nos arruinamos.

Y les hizo caso, porque es dúctil. Rebajó el confinamiento cuando la curva está subiendo, y ahora debe prepararse para momentos muy difíciles en su exitosa carrera de presentador porque tendrá que contar cómo el contagio crece, las personas enferman, los servicios sanitarios se desbordan y las muertes aumentan.  Ya hizo puntos con las medidas buenas; ahora vendrá la pesadilla.  No saben cuánto me gustaría equivocarme, pero, a menos que suceda un milagro, lo que viene da miedo.

martes, 14 de abril de 2020

Nuestra esencia revelada


Llevo muchos días sin ponerme frente a la pantalla para escribir este blog.  A cambio, he estado pensando en el agua y en el coronavirus.  He pensando que, así como el agua toma la forma del recipiente que la contiene, cada uno de nosotros, de manera individual, y luego cada sociedad ha asumido el Covid 19 de acuerdo con lo que se es.

Es inevitable. Agua suelta por ahí no se encuentra.  En un charco tiene la forma de la hendidura de la tierra.  En un cauce la del lecho del río.  En una vasija la del recipiente.

Y resulta que el coronavirus, el “enemigo público número uno”, como lo llamó la OMS*, que no tiene cara, porque no lo hemos visto, pero sí muchísimas consecuencias, terminó actuando como el agua: Ha revelado quiénes somos, cómo pensamos, qué llevamos dentro. 

Es decir, llegó y ¡mostró nuestra vasija!, porque en situaciones extremas, y esas son las que estamos viviendo, poco espacio queda para el maquillaje. Así que lo que está saliendo, desde las grandezas hasta las mezquindades más ruines, es lo que había. Nada más. 

Se está mostrando nuestra esencia. Como cuando a quienes nos gusta la fotografía entrábamos al laboratorio y poníamos la hoja de papel fotográfico en el líquido revelador.  Poco a poco aparecía una imagen en la que se podía ver nuestra estética y nuestra técnica. 

Un poco lo que nos está pasando ahora.  Estamos metidos en un gran laboratorio con muchas áreas de estudio: casa, ese espacio que habitamos, barrio, pueblo, ciudad, país, continente.  Y las condiciones: geopolíticas, políticas, económicas, sociales, culturales.

Quien me lee, en concreto, sabe qué está viviendo en este momento y de qué estoy hablando.  La actitud que tiene ante la crisis provocada por esta cuarentena obligada y el cómo la está llevando, con la dosis de sentimiento, incertidumbre, desasosiego y esperanza, responde a quién es, cómo ha vivido y de qué manera ha trazado su vida.

Es más fácil entenderlo cuando se leen las noticias.

En lo meramente personal, y para no entrar en muchas profundidades, están los que salen a aplaudir la labor del personal sanitario y los que les piden que se marchen de sus casas; quienes se las ingenian para producir mascarillas y quienes planean robarlas; quienes comparten pequeñas alegrías con los suyos, y quienes maltratan y golpean a los propios.

En lo político hemos visto el contraste entre gobernantes que le ponen el pecho a la situación y toman las medidas necesarias, y los que la niegan lanzando a las poblaciones de sus países en una danza loca hacia el contagio y la posible muerte de miles de ellos.  Hemos visto a políticos que se ponen la camiseta y hemos visto los que se esconden; y también aquellos que medran de la situación, como si esta amenaza, que nos hace vulnerables, fuera más bien un mitin político y la oportunidad para captar unos cuantos votos. ¡Cual inmortales ellos!

De manera que el virus, ese bichito con corona, vino también a desenmascararnos.  Como en el teatro griego: ¡Que se quiten las máscaras y aparezcan las personas!

PD: Este blog salió más largo de lo usual en mí, pero, en concordancia con lo que he escrito, quiero dejarles una estrofa de Ítaca, poema de Constantino Kavafis.  Hablamos de lo mismo. Él en verso, yo en prosa:

No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.


*Organización Mundial de la Salud



viernes, 27 de marzo de 2020

Tres mil millones de individualidades

En este momento, mientras escribo, calculo que debemos ser tres mil millones de personas, en todo el planeta, las que nos encontramos confinadas, guardándonos para protegernos del coronavirus y proteger a esos que llamamos los otros.

En cuestión de pocos días, precipitados en la última semana, la cuarentena se ha extendido al menos a la mitad de los 194 países reconocidos por la Organización de las Naciones Unidas, ONU, mientras el virus impacta en 188.

El martes pasado iniciaron su confinamiento Colombia y la India que aportó de una vez 1.300 millones de personas.  Con titubeos o sin titubeos, los gobiernos han ido mandando a la gente a sus casas.  En aquellos donde los gobiernos centrales aún se resisten, sus administraciones locales toman las decisiones antes que ellos y también los propios ciudadanos que deciden motu propio resguardarse.

Somos entonces tres mil millones de individualidades, es decir, de personas puestas en una situación de aislamiento, de cara a nuestra propia historia única e irrepetible y enfrentados al fantasma del miedo, reforzado por las noticias ciertas de los medios masivos, pero repetidas de manera incansable hasta causar desolación, y elevadas a pánico por las redes sociales en las que circula toda clase de bulos, de especulaciones, de desinformación. 

Una situación inédita hasta ahora en la tierra que desnuda, como nunca, cuánto sentido crítico hace falta, cómo falta el pensamiento, y, sobre todo, cómo hemos vivido alejados de nosotros mismos, de nuestro interior; cuan volcados hemos estado hacia afuera, olvidando que en el adentro esta nuestra esencia y lo que nos hace ser. 

“Que bonito tu vestido, todo fuera y nada adentro” cantaba la folclorista mexicana Amparo Ochoa. Y ahora, en este instante, podemos decir que tres mil millones de personas estamos desnudas.  No hay afuera. Estamos adentro, en ese lugar que consideramos nuestra casa, nuestro lugar, descubriéndonos en todas nuestras dimensiones.

Como si se tratara de un hallazgo, el virus nos ha revelado, a cada uno, en su propia y única individualidad, que somos frágiles y finitos. Que la vida no es eterna. Que se acaba.  Y, de paso, nos está enseñando de nosotros mismos, si queremos aprenderlo. 

El instante que estamos viviendo es único e irrepetible en el planeta.  La tierra no será la misma después del coronavirus y nosotros, al menos los tres mil millones de personas que estamos en cuarentena, tampoco deberíamos ser los mismos. 

Tenemos la singular oportunidad de bucear en nuestras propias aguas y retornar de la inmersión renacidos y hermanados, haciendo real ese antiquísimo saludo sánscrito: “Que la luz que hay en mí se encuentre con la luz que hay en ti”. Namasté.