En Delhi parece una niebla
gris, casi negra. En Bogotá es una
nata que se observa al sur y el occidente. En Madrid una cúpula que aprisiona a
la ciudad entre sus gases. En
Santiago de Chile una nube blanca y tóxica, como no dudan en decirlo.
En Ciudad de México abrieron
hace unos años los bares de oxígeno, donde en lugar de beber se respira. Se prueban también en Tokio, en
Barcelona y en Nueva York. Parecen
una moda, pero prefiguran algo que va más allá de ello, a tiempo que revelan:
vivimos un mundo contaminado.
Ahora no hay que cuidarse de
morir ahogado en los mares o en los ríos, sino en las calles. Hace unas semanas un centro comercial
de Austin, Texas, se veía como un gran trasatlántico naufragando entre las
lluvias.
En América del sur el Niño llega
y arrasa. Bajo sus lluvias
interminables se derriten cerros, se descuajan montañas y se anegan poblaciones.
Mientras allí arrecia, el sudeste asiático languidece de sequía.
Son fenómenos naturales,
pero ya no normales. Cada año se
hacen sentir con más fuerza porque sí hay un cambio climático. Lo saben los habitantes de la República
de Kiribati, un archipiélago de Oceanía que puede desaparecer debajo de las
aguas porque el nivel del mar sube y amenaza con devorarlos. Por lo pronto sus aguas saladas
contaminan las dulces.
Todo esto pasa porque hay
desarrollo y también explotación inmisericorde del planeta, el único que
tenemos, por tanto al que tendríamos que salvar. La resolución es colectiva y también individual. La individual pasa por cada uno de
nosotros. La colectiva por quienes
nos representan en los gobiernos.
Los mismos que están reunidos en París, lo están hasta mañana, y que regresarán
tranquilos a sus países, felicitándose de haber hecho mucho, sin haber hecho
casi nada.
En el documento final hay
muchas buenas intenciones, pero nada más.
Suprimieron los porcentajes
de disminución de emisiones, que son los que de verdad permitían medir el
compromiso, y dejaron las fechas para que el planeta no suba más allá de dos
grados al final del siglo, cuando en realidad los científicos dicen que ya
aumentó en grado y medio su temperatura.
Tampoco ha habido acuerdo
con respecto a lo que llaman la descarbonización de la tierra. Por lo pronto
seguiremos usando al mismo ritmo la energía derivada de los hidrocarburos.
Además, el acuerdo que se
firme este sábado no será vinculante.
Una manera elegante de decir que no pasará de ser un saludo a la bandera
porque en el fondo nuestros gobernantes están convencidos –como lo hizo Nueva Zelanda en el resolución en la que
expulsó de su territorio al primer refugiado climático del mundo, (un ciudadano
de Kiribati que pedía refugió porque la subida del mar amenaza su existencia y
la de su familia) – de que nada de lo dicho cumple con la definición de
“daño grave”.
Piensan tal vez que cuando suceda la hecatombe estarán muertos ¡y qué
les importará a ellos si los que la padecen son otros y no ellos mismos, en sus
propias pieles!