viernes, 11 de diciembre de 2015

Un saludo a la bandera


En Delhi parece una niebla gris, casi negra.  En Bogotá es una nata que se observa al sur y el occidente. En Madrid una cúpula que aprisiona a la ciudad entre sus gases.  En Santiago de Chile una nube blanca y tóxica, como no dudan en decirlo.

En Ciudad de México abrieron hace unos años los bares de oxígeno, donde en lugar de beber se respira.  Se prueban también en Tokio, en Barcelona y en Nueva York.  Parecen una moda, pero prefiguran algo que va más allá de ello, a tiempo que revelan: vivimos un mundo contaminado.

Ahora no hay que cuidarse de morir ahogado en los mares o en los ríos, sino en las calles.  Hace unas semanas un centro comercial de Austin, Texas, se veía como un gran trasatlántico naufragando entre las lluvias. 

En América del sur el Niño llega y arrasa.  Bajo sus lluvias interminables se derriten cerros, se descuajan montañas y se anegan poblaciones. Mientras allí arrecia, el sudeste asiático languidece de sequía.

Son fenómenos naturales, pero ya no normales.  Cada año se hacen sentir con más fuerza porque sí hay un cambio climático.  Lo saben los habitantes de la República de Kiribati, un archipiélago de Oceanía que puede desaparecer debajo de las aguas porque el nivel del mar sube y amenaza con devorarlos.  Por lo pronto sus aguas saladas contaminan las dulces. 

Todo esto pasa porque hay desarrollo y también explotación inmisericorde del planeta, el único que tenemos, por tanto al que tendríamos que salvar.  La resolución es colectiva y también individual.  La individual pasa por cada uno de nosotros.  La colectiva por quienes nos representan en los gobiernos.  Los mismos que están reunidos en París, lo están hasta mañana, y que regresarán tranquilos a sus países, felicitándose de haber hecho mucho, sin haber hecho casi nada.

En el documento final hay muchas buenas intenciones, pero nada más.
Suprimieron los porcentajes de disminución de emisiones, que son los que de verdad permitían medir el compromiso, y dejaron las fechas para que el planeta no suba más allá de dos grados al final del siglo, cuando en realidad los científicos dicen que ya aumentó en grado y medio su temperatura.

Tampoco ha habido acuerdo con respecto a lo que llaman la descarbonización de la tierra. Por lo pronto seguiremos usando al mismo ritmo la energía derivada de los hidrocarburos.

Además, el acuerdo que se firme este sábado no será vinculante.  Una manera elegante de decir que no pasará de ser un saludo a la bandera porque en el fondo nuestros gobernantes están convencidos –como lo hizo Nueva Zelanda en el resolución en la que expulsó de su territorio al primer refugiado climático del mundo, (un ciudadano de Kiribati que pedía refugió porque la subida del mar amenaza su existencia y la de su familia) de que nada de lo dicho cumple con la definición de “daño grave”.

Piensan tal vez que cuando suceda la hecatombe estarán muertos ¡y qué les importará a ellos si los que la padecen son otros y no ellos mismos, en sus propias pieles! 

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