Los cerros del oriente
bogotano arden desde hace dos días.
Una nube de humo se extiende desde el centro hasta el occidente de la
ciudad. Igual a la que se extendió en diciembre pasado en Asturias y Cantabria,
en el norte de España, causada por una oleada de fuegos producto de las altas
temperaturas, ¡en pleno invierno!
A dos mil seiscientos metros
sobre el nivel del mar, en las cumbres de Los Andes, la ropa de
abrigo con que se sale a las calles ha sido sustituida en el día por camisetas
playeras. En la noche se vuelve a necesitar de la cobija de lana.
En diciembre pasado los
moscovitas extrañaban su Plaza Roja. No había hielo. No había
nieve. Ni un centímetro. Mientras
esto les pasó a ellos, en Estados Unidos, hace apenas diez días, una tormenta
de nieve paralizó Nueva York y Washington.
Australia cerró e inició el
nuevo año bajo la amenaza de inundaciones diluvianas. En el norte de la isla
continente las autoridades alertaron a la población porque los cocodrilos, arrastrados
por las lluvias, se acercaban peligrosamente a las zonas habitadas.
Las terrazas de los bares en
Madrid, rebosan. Esto parece una
primavera, y no un invierno que debería ser gélido.
Son los síntomas de un
planeta que padece fiebre, y la fiebre es un síntoma de alerta. No se trata sólo de fenómenos naturales
que deberían conducir a lo largo de miles de millones de años a la tierra a una
nueva glaciación. Y tampoco de un
estado mental creado por el fenómeno de que ahora vivamos, gracias a la
información, en una aldea global donde lo que sucede en el otro lado del mundo es
ajeno sólo si queremos.
Lo saben los científicos que
miden estos cambios y también los gobiernos que se comprometieron hace menos de
dos meses en París a hacer lo necesario para que de aquí al fin del siglo el
planeta no aumente su temperatura en más de dos grados. Mentiras porque saben que ya aumentó
grado y medio.
La tierra está enferma.
Necesita con urgencia un antipirético.
Más personas que piensen en su futuro y tomen medidas que no son
fáciles. No es fácil meter en un
cubo de agua fría a alguien que arde, pero sí necesario. Algo así es lo que se
pide cuando se habla de bajar los frenéticos ritmos de producción, de frenar el
consumo desaforado, de cambiar el imperativo de la economía por el de la vida,
que es, al fin y al cabo, el imperativo primordial como especie que somos. ¿O esperaremos
a que el planeta se agrave y, para salvarse, estornude y con el estornudo
expulse al homo sapiens que lo está contaminando?
Los cuatro elementos se rebelan: fuegos, inundaciones, deshielos, huracanes, terremotos, contaminación... Y guerras, desplazados, catástrofes, pobres cada vez más pobres y ricos súper ricos.... Y humanos a los que no les importa sacar provecho de las desgracias.
ResponderEliminarMaldita especie depredadora.
Estornuda, tierra, estornuda antes de que te reventemos.
"Nos dice la Escritura que Caín fundó una ciudad, mientras que Abel, como si sólo peregrinase en la Tierra, no fundó ninguna"
ResponderEliminarSan Agustín, Civ. Dei XV, 1