lunes, 24 de octubre de 2016

No me digas que esto es diferente


Es una mañana de otoño.  El tiempo es gris y los partes metereológicos anuncian lluvia todo el día.  En la radio hablan de Calois, donde está el campamento de refugiados más grande de Europa.  “La jungla” lo llaman.  Antes del amanecer, el gobierno francés inició la evacuación de casi siete mil personas que se instalaron allí a la espera de una oportunidad para llegar al Reino Unido.  El paraíso prometido que está a cuarenta kilómetros, al frente, pasando el Canal de la Mancha. Los llevan a algo más de cuatrocientos refugios dispersos a lo largo y ancho del país. 

La escena se desenvuelve ante la prensa del mundo y es custodiada por cientos de agentes de policía. Gendarmes, los llaman en Francia.  Temen disturbios y por eso han previsto un agente por cada cinco inmigrantes. No menos de setecientos periodistas con sus cámaras, micrófonos, grabadoras y libretas, están presentes para registrar la salida de los autobuses, en los que van hombres, mujeres y niños. Algunos serán familia entre sí. Otros, sólo hermanados por esa hermandad que produce la desgracia compartida.

Calois se queda en Calois y la radio continúa disparando titulares.  Se traslada a Turquía.  La noticia parece un refrito de otra que ya había visto circulando por los medios, hace varios meses.  Refrito pero real.  Ahora es la BBC la que protagoniza.  Esta noche emitirá un documental en el que podrá verse cómo las maquilas de las grandes compañías multinacionales de la moda producen en Turquía pantalones, zapatos, vestidos, camisetas, elaboradas con mano de obra casi esclava (doce horas de trabajo al día, sin protección, cerca de elementos químicos peligrosos, con salarios inferiores a una Libra la hora): la de los refugiados, y sus hijos, muchos niños, y muchos sirios, huidos de la guerra inmisericorde que destroza su país.

Se lo escuché hace muchos años a José Saramago, quizá hasta lo leí.  Si Europa no va a África, África vendrá a ella.  Y es lo que está pasando.  Sirios, afganos, subsaharianos, sudaneses, yemenitas, iraquíes, y de no sé cuántas nacionalidades más, buscan llegar a las puertas que Europa se empeña en cerrar a cal y canto. Lo intentan por al menos tres rutas, bien conocidas por las mafias que venden la oportunidad de llegar al sueño dorado: 

La de los Balcanes que la Unión Europea cree haber conjurado este año con el acuerdo suscrito con Erdogan, el presidente-dictador, mediante el cual Europa devuelve a Turquía a todos los inmigrantes que lleguen por esa ruta al tiempo que cierra los ojos a las flagrantes violaciones a la democracia que acomete a diario Erdogan.  La central del Mediterráneo, que une a Libia con Italia, aquella que ha sembrado el mar de cadáveres, los de los náufragos, y que este año contabiliza a la fecha 3654 muertos según la Organización Internacional para las Migraciones. Y la que pasa por Marruecos para llegar a España a través de Ceuta y Melilla. “Doce kilómetros de alambres, cuchillas y mallas para contener el sueño europeo” como lo tituló el Diario.es.

El día continúa lluvioso, tal y como se anunciaba y yo releo a Mary Berg, una mujer, judía y polaca, que sobrevivió al gueto de Varsovia y que escribió un diario durante cuatro años, entre 1939 y 1944. Un día a día que nos pone en contacto con las miserias humanas, de todos los lados, aún las de las víctimas, y también los pequeños heroísmos que nos hacen grandes.

La releo porque recuerdo el postfacio que escribió el editor para contar qué había sido de ella.  En 1995, a sus setenta y un años, luego de una vida de silencio, un editor se puso en contacto con Mary para proponerle una reedición de su diario.  Cito textual lo que cuenta: “Berg respondió con amargura: “En lugar de continuar exprimiendo el holocausto judío debe reducírselo a sus límites”(…) “No hacer diferencia con todos los holocaustos que están teniendo lugar ahora en Bosnia o ChecheniaNo me digas que esto es diferente”.

No, no digamos que esto es diferente: la guerra Siria, las hambrunas en África, el presidente filipino que incita a matar a sus ciudadanos drogadictos, las fronteras cerradas de Europa, los campos que ahora son de refugiados y las cárceles que se llaman centros de internamiento de refugiados, para no hacer una listado interminable.

Asoma un tímido sol de tarde de lluvia, la vida continúa su ritmo desenfrenado, en Calois se agolpan, lloran, se despiden; en Siria se terminó el alto al fuego; en Barcelona continúan en huelga de hambre los inmigrantes de un centro de internamiento; en Madrid esperan que los visite un funcionario; en Melilla se preparan para saltar la valla.   Entretanto, muchos de miles se arrellanan en sus sillones para ver televisión y fijarse en especial en : “Los triángulos amorosos que nos hicieron sufrir en la tele”, como titulaba hoy una noticia en yahoo.

martes, 18 de octubre de 2016

Civilización en tránsito


Cuando respondo a quiénes me preguntan qué hago, lo expreso en verbos:  pensar, amar, leer, escribir, caminar, cocinar, viajar, conversar.  Son apenas ocho y me resumen.  Esta mañana me detuve en el pensar.  ¿Qué es lo que hay que pensar? ¿Qué es lo que pienso? ¿Qué debería ser lo que pensáramos? Me planteé las preguntas porque es invariable que al detenerme en la vorágine del mundo que estamos viviendo, no importa dónde, me digo siempre: Tenemos que pensar, es necesario generar pensamiento, necesitamos más seres pensando, me alegro que tal o cual persona sea una pensadora.

Hablo de un pensamiento que se remonte más allá de los temas que inducen los grandes medios de comunicación –cuya propiedad se concentra cada vez más–; que no sólo imponen la llamada agenda informativa sino también qué pensar, qué desear, cómo ser.  Medios que, como una gran orquesta, resuenan veinticuatro horas cada día, en todos los idiomas y en todas las geografías; encantadores de serpientes que adormecen a su audiencia y dejan su consciencia hipnotizada.

Una orquesta que, de manera paradójica, necesitamos porque la información es parte esencial de la vida humana, pero  en la que tan importante como recibirla es saber valorarla, priorizarla y decantarla para quedarse sólo con la suficiente y necesaria que permita entrar en el silencio y pensar; una tarea que debe ser de todos, que no sólo corresponde a aquellos que llevan la etiqueta de intelectuales y pensadores, de sabios y creadores.   Tan humana, tan propia, tan individual, como que el pensamiento es el que nos separa de nuestros primos cercanos los primates.  Entonces ¿por qué no pensar si nos es tan propio?

Pensar , por ejemplo, lo que se está evidenciando desde distintos ámbitos: que ésta civilización tal y como va tiene poco tiempo, que estamos agotando el planeta y sus recursos, que si la población actual, de siete mil millones de personas, consumiera lo que consume un ciudadano medio de un país desarrollado necesitaríamos cuatro planetas para mantenerla. *

Pensar que estamos habitando un planeta que se hizo global porque en cuestión de segundos podemos conocer lo que sucede en las antípodas y eso cambia la manera de percibirnos, pero también porque en él se impone una agenda económica que ha ido creando y perfecciona mientras escribo el  imperio de los mercados por encima de las personas, aunque una tercera parte de la población mundial viva bajo índices de pobreza y el cambio climático este siendo inatajable.  Imperio ciego y sin futuro que sacrifica en sus altares las vidas de los nuevos esclavos –los de la economía– y ofrenda la supervivencia misma del planeta.

Pensar para encontrar nuevos rumbos, alternativas a este sistema que naufraga y hunde con él a la actual civilización. Pensar dedicándole todo el tiempo, pero con urgencia, antes de que el planeta –al que aún le quedan millones de años antes de su extinción– decida sacudirse y quitarse de encima la plaga que lo azota.

* En la últimas cuatro décadas la población mundial se duplicó.  Citando a la BBC, el educador Ken Robinson dice que los recursos actuales, consumiendo al ritmo de un ciudadano medio de la India, alcanzarían sólo para quince mil millones de personas, es decir son limitados.  Wade Davis, etnógrafo canadiense, dice que si el total de la  población mundial tuviera acceso a lo que se consume sólo en occidente al 2100 se necesitarían cuatro planetas iguales para abastecer a la tierra.

viernes, 7 de octubre de 2016

Las pulsaciones del mal


“Tal vez el mal esté profundamente arraigado en el hombre”.
Anise Postel-Vinay

El epígrafe de este blog lo escribió el año pasado Anise, una francesa de 94 años, hecha prisionera por los nazis al hacer parte de la resistencia durante la segunda guerra mundial y recluida en el campo de concentración de Ravensbrück, en Alemania, muy cerca de Berlín.

Las reflexiones le surgen cuándo repasa lo sucedido durante el exterminio nazi, la negación de muchos a creerlo, la posibilidad de que se repita y el que hubiera transcurrido ante los ojos del mundo.  “Tengo la impresión de que la gente no quería ver”, concluye.

Terminé de leer las 105 páginas de su libro tres días después del plebiscito en el que el No derrotó a la paz en Colombia.  Cerré las páginas de Vivir, así se llama el libro, y pensé que Anise tiene razón.  Detrás de las ambiciones políticas de quienes se lanzaron a una campaña en contra de la vida, de sus egos heridos porque sentían quedarse fuera de la historia, de sus razones sin razón, hay algo más: el mal. 

El mal que no tiene entidad, como lo presentan las películas, que no es un demonio al que se expulsa con un exorcismo, pero que existe y deja oler su hálito a través de personas que lo encarnan como Hitler, que lo sofisticó hasta convertirlo en maquinaria de muerte y destrucción que se llevó por delante millones de vidas, distorsionó millones de conciencias que odiaron, aplaudieron y se nutrieron en su peste, y cegó a otros tantos que dijeron no haber visto nada, cuando todo sucedía ante su vista.

El mismo mal que está aposentado en Colombia y cuyas pulsaciones se sienten a través de hombres como Uribe y como Ordóñez que recorrieron el país incendiándolo con sus palabras y envenenándolo con sus mentiras, sembrando odios para recoger tempestades, que son las que les gusta. 

No tuve que esperar mucho para que los hechos me dieran la razón.  El jueves 6, el gerente de la Campaña del No  –también de apellidos Uribe y Vélez– salió a reconocerlo, por ingenuo dicen, pero estoy convencida de que fue por triunfalista. Su estrategia era mentir, engañar, indignar pero no indignar que es un verbo potente que habla de reaccionar cuando se va en contra de la dignidad del ser sino más bien instigar los más bajos y rastreros sentimientos.  Los que incitan a pagar muerte con muerte en un desangre interminable. Esos que se leen en los comentarios de los lectores en las publicaciones como el que reprodujo la columnista Leila Guerriero en El País: “La gente se arrodilla ante los mismos que los asesinaron. En vez de cogerlos a plomo limpio, como si a esos mal nacidos criminales les importara un culo su dolor y sus lágrimas”.

La estrategia que reveló Uribe no es nueva.  Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler, la uso para enceguecer una nación en contra de una raza y todos sabemos lo que pasó. Lo mismo se hizo en Colombia, se recurrió al odio para impedir que se le pusiera fin a una guerra de más de medio siglo.  ¿Por qué?  No hay explicación.  El acuerdo con la guerrilla de las Farc no es perfecto, pero sí posible y lo saben los del No que al día siguiente salieron a decir que querían la misma paz, pero con ellos montados en el carro.  Aún así me niego a creer que se trate sólo de ambiciones políticas.  Existe el mal y el domingo 2 de octubre lo que en realidad pasó es que se le pudo tomar el pulso.

PD.  Espero que con el Nobel de la Paz que se le concedió a Juan Manuel Santos los colombianos no nos quedemos con el Nobel y sin la paz.

martes, 4 de octubre de 2016

Entre dos aguas

Escrito el jueves 29 de septiembre


No se puede nadar entre dos aguas o por lo menos no por un tiempo indefinido y eso es lo que le pasó al PSOE que en estos momentos, mientras escribo, enfrenta quizá la peor crisis de su más de cien años de historia.

Los analistas que escucho se centran en el momento, en el hecho que desató la crisis: renunciaron 17 miembros de la ejecutiva y su secretario general se sostiene en que el poder es todavía el suyo.

Discuten la forma, la norma y la interpretación, pero ninguno el fondo.  ¿Cómo es que el PSOE llegó a este momento? ¿Cómo es que el partido al que se le reconoce la modernización de la España postfranquista, la instauración de derechos sociales y el reconocimiento de derechos humanos como el matrimonio homosexual se está hundiendo y, además, en un espectáculo público trasmitido por todos los medios?

Algo estaba pasando, y no habían querido reconocerlo.  La descomposición interna estaba revelada  en las urnas donde en las dos últimas votaciones, porque en un año se ha votado ya dos veces para presidente de gobierno, ha perdido más y más escaños.

Y sí, es cierto lo que ellos afirman, que la militancia, y mucho menos la totalidad de sus  seguidores, no son la dirigencia del partido, pero sí son sus votantes; y estos iniciaron una estampida en cuanto sintieron al partido lejos de los que habían sido sus postulados.

Porque al PSOE, quizá porque ya es centenario, le pasó lo que suele sucedernos a los seres humanos cuando tenemos la fortuna de vivir muchos años.   Que si no nos vigilamos y estamos atentos al acontecer del mundo, tendemos a conservatizarnos.

Y el PSOE perdió su esencia.  Quiso mantener un discurso social de derechos pero comulgó –y se hizo explícito en el segundo gobierno de Zapatero con una política económica que deprime estos derechos y cuyo fin es llevarlos al límite, hasta cercenarlos.  Y las bases que parecen no tener rostro, ni identidad, nos demuestran que no es tan así, que se abren corrientes de pensamiento, de opinión y de decisión, sobre todo cuando las decisiones tomadas las golpean. Y se fueron a otros lares.

Pedro Sánchez, su actual secretario, entrenado en la política, quiso nadar en las mismas aguas, pero le llegó un momento de esos que llaman de verdad –aunque en política las verdades siempre son ambiguas en que tuvo que reconocer, al menos lo dijo en público, que el PSOE debería alinderarse hacia otro lado.

Imposibilitado para sostenerse entre dos aguas, Sánchez eligió por lo menos en el discurso ir hacia la orilla que rescataba los postulados más sociales del partido. Fue Troya. Felipe González se sintió desconocido. Él que empezó a hablar de permitir el gobierno del PP y que contó que en una conversación con Sánchez  habían acordado que se votaría no a la investidura de Rajoy en la primera  votación y se abstendrían en la segunda hizo sentir una vez más la influencia de su voz.  Después de su queja pública contra Sánchez vino la embestida. Renunciaron los 17 miembros de la ejecutiva.  Sánchez quedó sólo y parapetado en unos cuantos que se sostienen, por ahora, a su lado.

Hablan de la debacle del partido. De las posibilidades de una escisión.  De salidas dignas. De puntos meridianos.  Ignoro cuál salida encontrarán. Lo que si sé es que alejarse de los postulados básicos, aquellos que le dan identidad y coherencia a la existencia de un órgano social, como lo es un partido, “conservadurizarse” con los años y traicionar la esencia, tiene consecuencias.


PD. Sin saber cómo se resolverá esto, aventuro que Sánchez dejará de ser secretario general y que el PSOE permitirá la investidura de Rajoy.