“Tal vez el mal esté
profundamente arraigado en el hombre”.
Anise Postel-Vinay
El epígrafe de este blog lo
escribió el año pasado Anise, una francesa de 94 años, hecha prisionera por los
nazis al hacer parte de la resistencia durante la segunda guerra mundial y
recluida en el campo de concentración de Ravensbrück, en Alemania, muy cerca de
Berlín.
Las reflexiones le surgen
cuándo repasa lo sucedido durante el exterminio nazi, la negación de muchos a
creerlo, la posibilidad de que se repita y el que hubiera transcurrido ante
los ojos del mundo. “Tengo la
impresión de que la gente no quería ver”, concluye.
Terminé de leer las 105
páginas de su libro tres días después del plebiscito en el que el No derrotó a
la paz en Colombia. Cerré las
páginas de Vivir, así se llama el libro, y pensé que Anise tiene razón. Detrás de las ambiciones políticas de
quienes se lanzaron a una campaña en contra de la vida, de sus egos heridos
porque sentían quedarse fuera de la historia, de sus razones sin razón, hay
algo más: el mal.
El mal que no tiene entidad,
como lo presentan las películas, que no es un demonio al que se expulsa con un
exorcismo, pero que existe y deja oler su hálito a través de personas que lo
encarnan como Hitler, que lo sofisticó hasta convertirlo en maquinaria de
muerte y destrucción que se llevó por delante millones de vidas, distorsionó
millones de conciencias que odiaron, aplaudieron y se nutrieron en su peste, y
cegó a otros tantos que dijeron no haber visto nada, cuando todo sucedía ante
su vista.
El mismo mal que está
aposentado en Colombia y cuyas pulsaciones se sienten a través de hombres como
Uribe y como Ordóñez que recorrieron el país incendiándolo con sus palabras y envenenándolo
con sus mentiras, sembrando odios para recoger tempestades, que son las que les
gusta.
No tuve que esperar mucho
para que los hechos me dieran la razón.
El jueves 6, el gerente de la Campaña del No –también de apellidos Uribe y Vélez– salió a
reconocerlo, por ingenuo dicen, pero estoy convencida de que fue por
triunfalista. Su estrategia era mentir, engañar, indignar –pero no indignar que es un verbo potente que habla de
reaccionar cuando se va en contra de la dignidad del ser– sino más bien instigar los más bajos y rastreros sentimientos. Los que incitan a pagar muerte con
muerte en un desangre interminable. Esos que se leen en los comentarios de los
lectores en las publicaciones como el que reprodujo la columnista Leila Guerriero
en El País: “La gente se arrodilla ante los mismos que los asesinaron. En vez
de cogerlos a plomo limpio, como si a esos mal nacidos criminales les importara
un culo su dolor y sus lágrimas”.
La estrategia que reveló
Uribe no es nueva. Goebbels, el
ministro de propaganda de Hitler, la uso para enceguecer una nación en contra
de una raza y todos sabemos lo que pasó. Lo mismo se hizo en Colombia, se
recurrió al odio para impedir que se le pusiera fin a una guerra de más de
medio siglo. ¿Por qué? No hay explicación. El acuerdo con la guerrilla de las Farc
no es perfecto, pero sí posible y lo saben los del No que al día siguiente
salieron a decir que querían la misma paz, pero con ellos montados en el
carro. Aún así me niego a creer
que se trate sólo de ambiciones políticas. Existe el mal y el domingo 2 de octubre lo que en realidad
pasó es que se le pudo tomar el pulso.
PD. Espero que con el Nobel de la Paz que
se le concedió a Juan Manuel Santos los colombianos
no nos quedemos con el Nobel y sin la paz.
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