Leo, estupefacta, que un grupo que se llama a sí mismo autodefensas
gaitanistas de Colombia, emitió un comunicado en el que amenaza con asesinar a
diez personas, algunas de ellas, ignoro si todas, sobrevivientes de la Unión Patriótica,
grupo político que fue exterminado hace ya tres decenios, sin que hasta ahora
haya habido castigo para los responsables.
Los conminan a dejar su militancia política y a abandonar el país, de lo contrario los
sentencian a morir.
Mi estupefacción no nace del que puedan hacerlo. Se cuentan en cientos, que son miles, los
asesinatos cometidos con toda la sevicia y la crueldad que habita en estos
seres desalmados; en miles los desaparecidos, en cientos los masacrados, en
millones los desplazados. Así que no me
queda duda alguna de que puedan añadir más sangre a la lista interminable de
los muertos.
No, mi estupefacción nace de pensar que podamos permitirlo. Que vayamos a dejar que se repita, otra vez,
como en un círculo infernal, la rueda eterna de muerte en que vivimos.
Me niego a creer que en Colombia sean más los malos que los buenos. Que de tanto vivir entre la sangre tengamos
una mente pervertida. Que la
indiferencia nos habita y que vayamos a permitir, como en una condena eterna,
un nuevo baño de sangre.
Me niego a ver que la amenaza es primero titular de prensa y luego noticia
diaria que va dando cuenta de los muertos sin que la sociedad entera se
levante, en todas las ciudades, en todos los pueblos, en todos los caseríos,
para decir que basta ya, que nos cansamos de la muerte impuesta por los dueños
de las armas y sus pseudo-ideologías, disfraces patéticos de sus intereses
económicos y de sus mentes criminales.
Me niego a aceptar la inoperancia de las instituciones que deberían demostrar
con hechos, como la captura de los cabecillas y miembros de las tales autodefensas
gaitanistas, que de verdad están comprometidas con la paz, y que esta no es un
discurso muerto.
Quiero creer que en toda Colombia nos estamos levantando y rodeando a cualquier
persona amenazada, sin importar qué piense, donde milite, qué color tenga, para
decir que no podrán matarla porque de permitirlo, una vez más, estamos matando
la esencia misma que nos hace humanos.
Quiero creer que somos capaces de romper las cadenas del odio, que tanto
proclaman unos; y también el cerco de la indiferencia que nos mantiene al
margen cada vez que amenazan y asesinan a alguien porque consideramos que eso
le pasó al vecino pero no a nosotros.
Quiero saber que Aída, Jahel, Gabriel, Felipe, Pablo, Nixon, Josefa,
Ivanovich, Andrés y Pavel, a quienes no conozco, están acompañados, rodeados de
gente que los cuida, porque si los tocaran a ellos es como si nos tocaran a
nosotros mismos; y que, por encima de la equidad y del equilibrio social, empezaremos
a rescatar el primer derecho fundamental: el de la vida, del que se desprenden
todos los demás, y el quinto mandamiento, que ojalá fuera el primero: No
matarás. Todo lo demás, vendrá después.