Querría
escribir historias que nos reconcilien con la vida o nos interroguen sobre sus
misterios, como aquellas Historias de la palma de la mano del japonés Yasunari
Kawabata, premio Nobel de literatura en 1968. Jirones de vida, retratos de la condición humana, sutilezas
de la cotidianidad y del tiempo que, como un ovillo, se desenvuelve, a veces acariciándonos,
a veces triturándonos entre sus minutos; pero, ante todo, historias de vida, viva, no de muerte.
Pero no, es
irremediable. Tengo que dejarlas de lado porque existe una realidad que atropella
y arrasa, enmudece y produce escalofríos.
Leo titulares de noticias en los que imperan más las aciagas que las
buenas. El mundo parece empeñado
en destrozarse. Y Colombia no es
ajena a ello. Un observador
extraterrestre diría que intenta ganarse el estrellato:
Los líderes
sociales están siendo asesinados.
Más de cien en todo el año pasado.
Más de veinte en lo que va corrido de este año. Las cifras cambian, según las
organizaciones. Pero lo cierto es que los están matando.
Ocho policías
muertos y cuarenta heridos en un atentado cometido por el Ejército de
Liberación Nacional que reivindicó el ataque alevoso con el que, es muy posible,
aspiraba a fortalecer su posición dentro de una negociación, ya rota.
No enumero
más, porque se hace largo el artículo. Pero, esto es violencia política. Violencia sembrada por aquellos que
saben usufructuarla, cultivada en un terreno de desigualdad e impunidad, y
abonada bajo el principio de la plata fácil que ha permitido la proliferación
de todo tipo de mafias y de carteles: del tráfico de armas, del narcotráfico, de
la gasolina, del microtráfico, de la hemofilia, de la toga…
Violencia que,
como la gota del suplicio chino, nos ha permeado por años y años, penetrando
hasta los tuétanos, hasta hacernos vivir con miedo, aunque no lo reconozcamos; que
nos ha inoculado de indiferencia hasta sentir que esta realidad de espanto
afecta a otro, pero no a nosotros; a mí, que estoy leyendo, a los míos, que son
cercanos. Reconozco la enfermedad en
un titular de prensa: “Un violento
comienzo de año para los líderes sociales”. Solo para ellos. Al que lee, no lo toca. Lo informa, pero no debe tocarlo.
Los líderes
sociales, al fin y al cabo, no son sino “los otros”. Los policías también son
unos “otros”, no nosotros. Están también entre esos “otros”, los asesinados por
la delincuencia común que, en terreno tan fértil, se cuentan en decenas porque
matar es un verbo de fácil conjugación en Colombia. Se mata por una camioneta de alta gama, por una bicicleta,
por una billetera, por una mirada.
Porque sí o porque no.
Y seguimos
escudados en nuestro miedo, y parapetados en la indiferencia. La parca violenta
no va a tocar en nuestra casa.
Quisiera
escribir historias bellas y sutiles, como las de Kawabata, que se puedan leer
en la palma de la mano, sin sangre, sin sevicia, sin crueldad. Historias de
mucha humanidad.